Una de las cuestiones más interesantes que se pueden estudiar en los fósiles humanos es la de establecer su diagnóstico sexual. Evidentemente, los fósiles no tienen sexo, de manera que de lo que se trata es de establecer el sexo del individuo al que perteneció cada uno de ellos. Nuestra especie pertenece a una familia biológica (los homínidos) en la que también se integran los orangutanes, los gorilas y los chimpancés, que presentan diferencias morfológicas y de tamaño entre ambos sexos, lo que se conoce en Biología como dimorfismo sexual. En los grandes simios, el dimorfismo sexual está directamente relacionado con aspectos muy importantes de su biología social, como son el grado de conflictividad entre los machos y la mayor o menor sociabilidad de la especie.
Los orangutanes y los gorilas son especies de una baja sociabilidad y con un dimorfismo sexual muy elevado, presentando los machos un tamaño corporal mucho mayor que el de las hembras. Así, un macho promedio de orangután o de gorila tiene un peso corporal que dobla al correspondiente a una hembra promedio. El dimorfismo sexual también se expresa en estas especies en el tamaño de los caninos que, de nuevo, son mucho más grandes en los machos que en las hembras. Acompañando a estas diferencias de tamaño, los machos presentan también inserciones musculares en los huesos notablemente más marcadas. Estas diferencias en el tamaño del cuerpo, de los caninos y de la robustez general están en relación con el hecho de que tanto los machos de los orangutanes como los de los gorilas compiten fieramente entre sí para aparearse con el mayor número posible de hembras. De este modo, los machos adultos de estas especies muestran una gran agresividad entre ellos, intentando intimidarse y, si es necesario, combatiendo entre ellos por el predominio en la reproducción. Como consecuencia de ello, la evolución ha seleccionado positivamente a los machos más grandes y con los caninos más desarrollados, originando así un marcado dimorfismo sexual en esos rasgos.
Los chimpancés forman grupos muy numerosos, en los que los individuos son muy sociables e interaccionan frecuentemente entre sí. Además, presentan un dimorfismo sexual mucho menor que el de los orangutanes y los gorilas, hasta el punto de que no es fácil distinguir a los machos de las hembras observando únicamente su tamaño corporal. Los machos de chimpancés son muy cooperativos y trabajan juntos en la defensa del territorio y, a veces, también cazan juntos pequeñas presas. Cuando un chimpancé hembra entra en celo, es común que copule con varios de los machos del grupo que, aparentemente, no compiten entre sí por la reproducción. Pero esa es una falsa impresión porque, en realidad, los chimpancés machos sí que compiten, pero no lo hacen habitualmente peleándose entre ellos. Su modo de competir es mucho más sutil, pues lo hacen a través de la calidad y el número de sus espermatozoides.
Las personas presentamos el menor grado de dimorfismo sexual de la familia y tanto el tamaño corporal como el de los caninos es mucho más parejo entre ambos sexos que en el resto de los homínidos vivos. Los machos de nuestra especie son extraordinariamente colaborativos (también las hembras) y no suelen pelear fieramente por la posibilidad de reproducirse. De hecho, el comportamiento sexual humano es muy rico y no está exclusivamente vinculado a la reproducción, sino que también juega un papel muy importante en el establecimiento de lazos afectivos entre los individuos.
En este contexto, es fácil comprender el gran interés de la Paleoantropología en establecer el grado de dimorfismo sexual de las especies humanas fósiles, pues, como hemos visto, es un indicador de la sociabilidad de las especies. El principal problema para abordar esta cuestión es la gran dificultad en establecer el sexo de un individuo a partir de restos óseos aislados. Esta es una dificultad que la Paleoantropología comparte con la Antropología Forense y, a lo largo de las décadas, se han realizado multitud de estudios para establecer la fiabilidad de los diferentes métodos de diagnóstico sexual contando con restos óseos aislados. Los resultados encontrados son dispares, según la región del esqueleto que se estudie, siendo las más fiables el cráneo y la pelvis. Desafortunadamente no es frecuente contar con pelvis o cráneos enteros en el registro fósil, por lo que es de extraordinaria importancia encontrar otras regiones anatómicas de valor para el diagnóstico sexual. Otro problema que se encuentran los investigadores, a la hora de realizar el diagnóstico sexual de un resto óseo, es el hecho de que en los individuos inmaduros no es posible efectuar un diagnóstico fiable, puesto que aún no se han desarrollado en sus esqueletos los rasgos relacionados con el sexo.
En este contexto, presenta un gran valor la línea de investigación desarrollada por el Grupo de Antropología Dental del CENIEH y liderada por la Dra. Cecilia García Campos, de la “Ayuda a la Investigación Caja Viva Fundación Caja Rural Burgos de la Fundación Atapuerca”, que está enfocada a encontrar indicadores del dimorfismo sexual en los caninos de las poblaciones humanas actuales y fósiles. Las investigaciones realizadas han mostrado que la proporción entre los tejidos dentales (dentina y esmalte) es diferente en las mujeres y en los varones de nuestra especie. La gran importancia de esta metodología estriba en el hecho de que, puesto que los caninos definitivos están ya formados hacia los diez años de vida del individuo, la novedosa técnica desarrollada por la Dra. García y su equipo permite realizar el diagnóstico sexual a ejemplares infantiles y juveniles.
Después de aplicar con éxito su nuevo método a la muestra de neandertales del yacimiento croata de Krapina y a los fósiles de la Sima de los Huesos, el equipo del CENIEH ha abordado el estudio de los fósiles de la unidad 6 de Gran Dolina y ha publicado sus resultados en la prestigiosa revista Journal of Anthropological Sciences. De los dos ejemplares estudiados, uno ha sido diagnosticado como masculino y otro como femenino. Este último resultado es especialmente llamativo, porque el canino estudiado pertenece al ejemplar mundialmente conocido como el “Chico de la Gran Dolina”, que ahora debe pasar a nombrase como la “Chica de la Gran Dolina” y entrar a formar parte de un selecto grupo de fósiles femeninos tales como como “Lucy”, “Madame Pless”, o nuestra querida “Benjamina”.
El descubrimiento de un nuevo ejemplar femenino en el registro fósil es especialmente bienvenido, pues nos ayuda a no olvidar que las mujeres también tuvieron un papel fundamental en nuestra historia evolutiva. La evolución humana ha sido contada, demasiado frecuentemente, en términos casi exclusivamente masculinos, relegando a las mujeres a un plano secundario y dedicadas casi exclusivamente a la maternidad. Esta es una idea que se ha plasmado, consciente o inconscientemente, en una gran parte de la escenografía prehistórica en la que los varones suelen aparecer siempre en primer plano, desarrollando actividades prestigiosas, como la caza, el arte o la fabricación de útiles, mientras que las mujeres suelen situarse en segundo plano, ocupándose casi exclusivamente de las crías. Sin embargo, son muchas las investigaciones realizadas en las últimas dos décadas que nos muestran lo equivocado de esa concepción de la prehistoria. Ahora sabemos que las mujeres también cazaban, tallaban instrumentos y fueron autoras de numerosas obras de arte paleolíticas. De este modo, los descubrimientos como el realizado por el equipo de la Dra. García están contribuyendo a forjar una nueva visión de la prehistoria; una visión que es más científica, más sabia y más justa.
Así, pues, bienvenida “Chica de la Gran Dolina”, nos sentimos muy felices de saber de ti.