Orgullosas y felices


Marzo 2019

Hace 3,7 millones de años, el volcán Sadimán arrojó una nube de finas cenizas volcánicas que cubrieron el suelo de la sabana en la región de Laetoli (Tanzania). Poco después de la erupción lloviznó y las cenizas se humedecieron formando una capa de fino cieno sobre el que quedaron impresas las huellas de todos los animales, incluidas las de algunos homininos que pasaron por el lugar. En 1978, un equipo dirigido por Mary Leakey descubrió la capa de cenizas y las pisadas de aquellos remotos antepasados nuestros. El conjunto de huellas más conocido consiste en dos rastros, uno producido por unos pies pequeños y otro por unos pies más grandes, que discurren en paralelo. Este descubrimiento es uno de los iconos más famosos de la evolución humana y fue presentado por algunos medios como las huellas de una hembra y un macho que caminaban uno al lado del otro. Sin embargo, por sugerente que resulte esa imagen, el estudio publicado por Mary Leakey descartaba la posibilidad de que las huellas se hubieran producido por dos individuos que caminaban juntos, pues las pisadas estaban demasiado juntas. Así que uno de los individuos pasó primero y el otro a continuación.

A partir de estos datos, se han realizado numerosas recreaciones de aquel momento por parte de diversos artistas. A pesar de que no es posible establecer el orden en el que caminaron el individuo pequeño y el individuo grande, prácticamente todas las reconstrucciones dibujan a un macho encabezando la marcha seguido por una hembra, que suele llevar una cría en los brazos. El caso de las huellas de Laetoli ejemplifica claramente una situación recurrente en la mayoría de las reconstrucciones sobre la Prehistoria: el papel preponderante de los varones y la situación subordinada de las mujeres. A los varones se les suele representar cazando, tallando piedras, pintando o defendiendo al grupo de toda clase de peligros. Las mujeres suelen ocupar una posición marginal y se representan en actitudes más pasivas y siempre con criaturas en los brazos.

Ninguna reconstrucción de la Prehistoria es una ventana que nos muestra de manera objetiva cómo eran las relaciones entre las personas de entonces. Nadie ha viajado a la Prehistoria y ha vuelto para contárnoslo. Más bien se trata de espejosel en los que vemos reflejadas las ideas y prejuicios de cada época plasmados de manera inconsciente en cada obra. Y así, los prejuicios hacen un viaje de ida y vuelta. Desde la mente de los autores hasta su obra, y desde allí hasta las mentes de los observadores de dicha obra. Pero en ese viaje, los prejuicios adquieren la calidad de conocimientos científicos y ayudan a troquelar la mente de las niñas y de los niños que los contemplan en los museos, las aulas y las publicaciones divulgativas.

Por eso son bienvenidas obras que aportan otra visión sobre la Prehistoria, como la realizada por Sonia Cabello para nuestra portada. Porque, aunque, recordémoslo una vez más, nadie ha viajado nunca hasta la Prehistoria, no hay ningún dato que nos permita suponer que las mujeres de entonces no estuvieran tan capacitadas para realizar cualquier tarea como lo están las de nuestro tiempo. En el Equipo de Investigación de Atapuerca no hay ninguna tarea, intelectual o física, en la que mujeres y varones no estén a la misma altura. Y como los personajes de la imagen de portada, también en nuestro equipo unos y otras nos sentimos orgullosos y felices de trabajar juntos.