La inspiración de Atapuerca


By Pedro Duque / Ministro de Ciencia e Innovación

Cuando en septiembre del año pasado visité los yacimientos de Atapuerca, me impresionó la vista de los estratos etiquetados por los paleontólogos; cientos de miles de años de evolución humana condensada en ese terreno de la sierra burgalesa. Los hallazgos de la Sima de los Huesos, Gran Dolina o la Sima del Elefante han cambiado para siempre el libro de historia de nuestra especie y seguirán reescribiéndolo. Como dicen sus directores y observé durante mi visita, quedan décadas de descubrimientos por desenterrar.

Atapuerca es un monumento a la curiosidad, a la inteligencia y al tesón. Hay pocos ámbitos de la ciencia que estimulen tanto nuestra imaginación como la evolución humana. Desde el principio de los tiempos nos hemos preguntado por nuestros orígenes o nuestra naturaleza y la paleoantropología ha añadido datos a la pura especulación de los siglos pasados. Para eso, además de curiosidad, ha sido necesario mucho trabajo e inteligencia.

En ese camino de descubrimiento tienen un papel fundamental los hombres y mujeres que trabajan en Atapuerca: el pionero Emiliano Aguirre, el excepcional trío Juan Luis Arsuaga, José María Bermúdez de Castro y Eudald Carbonell, que dio a este lugar y a la paleontología española categoría mundial, o el futuro que representan científicas como María Martinón-Torres. Ellos y muchos otros han aportado una mezcla de ilusión, talento y esfuerzo que es un ejemplo para toda la ciencia de nuestro país.

Además de ofrecer resultados científicos de impacto internacional, Atapuerca es una fuente de inspiración. En eso se parece a los viajes espaciales. Los trabajos de estos yacimientos nos muestran las vicisitudes de una especie exploradora, que siempre anda en busca de alimento o mejores condiciones de vida, pero que también siente un impulso por ir donde nunca se llegó antes o por indagar en lo desconocido, aunque no exista un beneficio práctico evidente.

En un mundo donde la tecnología moldea cada vez más nuestras vidas, en el que casi todos vivimos en ecosistemas muy distintos de los que nos vieron evolucionar como especie, una mejor comprensión de la naturaleza humana, adquirida a partir de un análisis riguroso de las pruebas, es necesaria para disfrutar del progreso sin perder de vista quiénes somos. Ese conocimiento o la riqueza que esta aventura ha traído a Burgos son dos resultados extraordinarios que nos muestran que seguir el camino marcado por la curiosidad suele tener premio.

Quiero por último mencionar otra enseñanza que podemos extraer de la experiencia de Atapuerca. Su origen se encuentra en un proyecto fracasado. Las obras de un ferrocarril construido a finales del siglo XIX y abandonado pocos años después abrieron una puerta por la que viajar al pasado profundo. Esa oportunidad para conocernos a nosotros mismos se empezó a aprovechar gracias a la mirada entrenada de prehistoriadores como Hugo Obermaier y Henry Breuil y se concretó cuando Francisco Jordá emprendió las primeras excavaciones añadiendo mucho trabajo al talento científico. Después, los gigantes que he mencionado antes acabaron de transformar lo que había sido una empresa malograda en otra exitosa y fascinante. En estos tiempos difíciles, Atapuerca nos recuerda cómo el talento científico, la ilusión y la dedicación pueden dar la vuelta a la realidad para crear algo bueno de algo que no lo parecía. Vamos a necesitar esa capacidad y debemos agradecer a grandes proyectos como este la inspiración que supone para todos.