El pasado 14 de octubre de 2019 un equipo del Instituto Catalán de Paleoecología Humana y Evolución Social (IPHES), con la colaboración del Grupo de Investigación Seminario de Protohistoria y Arqueología (GRESEPIA), de la Universidad Rovira i Virgili (URV) iniciaba una intervención en la Cova de la Font Major (Espluga de Francolí, Tarragona), destinada a valorar el potencial arqueológico de la cavidad.
Las intensas lluvias del día 22 de ese mes, causantes de la trágica riada que afectó a las poblaciones de la cuenca alta del río Francolí, provocaron la crecida del río subterráneo, y la inundación de los sondeos abiertos en la conocida como Sala del Llac (Sala del Lago). El día 30, ante la imposibilidad de continuar avanzando en este sector, decidimos abandonarlo. Durante los trabajos de desmontaje, Ivan Cots, responsable de la intervención en la Sala del Lago, comentó que el día anterior habían visto salir a un grupo de personas con trajes de neopreno de un agujero cercano. Les habían preguntado de dónde venían, a lo que respondieron que estaban realizando una ruta de aventura que transitaba por una galería lateral, de pequeñas dimensiones, situada a una cota ligeramente superior, a la que llamaban las Gatoneres del Palletes. Me explicó que ellos habían ido a echarle un vistazo, y que, pese a que tenía depósito sedimentario, no habían observado nada de interés, pero que era bonita. Despertó mi curiosidad, ya que era la primera vez que trabajábamos en esta cueva, y esta era una zona que todavía desconocía. Le pregunté por dónde se entraba, a lo que me indicó una gatera cercana. “Arrástrate unos tres metros y luego podrás ponerte de pie”, me dijo. Así lo hice.
Una vez dentro, lo primero que llamó mi atención fueron las numerosas inscripciones de nombres y fechas, la mayoría de la segunda mitad del siglo XX, que salpicaban las paredes. Estaban grabadas en un estrato de limos arenosos compactados, intercalado entre el conglomerado, que, a diferencia de este, ofrecía una magnífica superficie para tal fin. Enseguida observé que, entre estas, en un lateral de la parte alta de la bóveda, había un friso formado por líneas verticales paralelas. Miré hacia una cresta del techo, que tenía enfrente, y vi otro friso de idénticas características. Esto era distinto, y tenía pinta de ser antiguo. “Si es así, en las paredes es posible que haya algo”, pensé. Me aproximé al muro más cercano, colocando la luz de mi frontal en posición rasante, y apareció ante mis ojos un hermoso caballo de estilo magdaleniense. Parecía imposible que fuera cierto. En Cataluña no se conocía nada parecido, y era difícil creer que ninguna de las miles de personas que anualmente visitan la Cova de la Font Major, convertida en museo hace 25 años, no lo hubiera ya visto.
Tomé unas fotos y salí. Tenía que avisar a Ramón Viñas, nuestro especialista en arte rupestre, para que viniera lo antes posible. En su compañía y en la de Carlos Tornero y Chiara Messana exploramos el resto de la galería. Como era de prever, el caballo no estaba solo. Un uro aquí, una cierva allá, otro caballo, signos abstractos dispersos por toda la cueva. En total, más de un centenar de grabados, la mitad representaciones figurativas zoomorfas, que habían sobrevivido al tránsito de personas por la cavidad. Habíamos descubierto uno de los santuarios paleolíticos más importantes, por número y calidad de las figuras, de la denominada región paleolítica mediterránea, y el único de estas características en Cataluña.
Actualmente, el IPHES, en colaboración con el Departamento de Cultura de la Generalitat de Cataluña, se encarga de la documentación y estudio de este magnífico conjunto.