El estudio de la evolución humana nos ha revelado que los humanos somos peculiares en muchos sentidos, incluso en comparación con especies con las que tenemos muchas similitudes a nivel biológico, como el resto de grandes simios (gorilas, chimpancés, bonobos y orangutanes). En este sentido comparativo, nos caracterizan especialmente unas ratios de crecimiento y reproducción muy diferentes: nuestras crías son dependientes muchos años, por lo que cuesta bastante energía y tiempo que salgan adelante; sin embargo, somos capaces de reproducirnos más a menudo que otros primates y podemos mantener a más de una cría a la vez.
Y aun cuando tenemos esto claro, la clave está en entender a qué se debe. Estudiando hoy cuánto nos cuesta vivir, en kilocalorías, podemos conocer mucho mejor nuestra fisiología actual y proponer qué aspectos han jugado un papel relevante a lo largo de la evolución de nuestro género. Esta es la intención principal de algunas de las investigaciones llevadas a cabo dentro del equipo de Paleofisiología y Ecología Social de Homínidos del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH), en el cual se enmarca un estudio reciente publicado por la revista American Journal of Human Biology, centrado en analizar el gasto energético de mujeres embarazadas.
Durante la gestación humana, la madre experimenta toda una serie de cambios fisiológicos, como un claro aumento de peso corporal o una mayor acumulación de masa grasa en comparación con antes del embarazo. Al aumentar de peso, se asume que son necesarias más kilocalorías para mantenerse viva, principalmente también porque cuesta más mover un cuerpo con mayor tamaño. Sin embargo, la investigación realizada por científicos de la Universidad de Burgos, del CENIEH y del Hospital Universitario de Burgos ha concluido que las mujeres embarazadas podrían no tener demandas energéticas tan altas como se pensaba hasta el momento.
Por llamativo que parezca, los resultados de este trabajo concuerdan con la literatura publicada, ya que son muchos los expertos que han concluido que los costes de la gestación humana son muy variables y que las mujeres son capaces de regular las demandas energéticas de esta fase de múltiples formas, ya sea a través del comportamiento o a través de ajustes fisiológicos. Entre las estrategias que tenemos los humanos para lidiar con momentos de mayores necesidades energéticas podríamos hablar de lo fácil que nos resulta ahorrar energía volviéndonos pasivos, ya sea dedicando menos tiempo a la actividad física o haciéndola con menos intensidad; y, por supuesto, no podemos olvidar lo sencillo que es hoy en día para muchos de nosotros aumentar nuestra dieta.
Pero ¿qué ocurre en sociedades en las que los recursos no son tan accesibles y su adquisición depende de mantener determinados niveles de actividad física? Pensemos en un pueblo cazador-recolector o agricultor. En estos contextos, ganan relevancia las adaptaciones fisiológicas que se han ido fijando a lo largo de la evolución de nuestro género. Algunas investigaciones detectan aquí que el metabolismo de las mujeres no cambia durante el embarazo y se mantiene en niveles similares a cuando no se estaba en estado. En esta línea, la contribución principal de este trabajo no es solo haber detectado que una mujer embarazada necesita menos energía para mantenerse viva que una mujer no embarazada con un peso similar, sino que este resultado podría deberse a que el aumento del peso de la madre se hace a costa de acumular tejidos que son poco demandantes, energéticamente hablando, como la masa grasa.
Amortiguar las demandas energéticas acumulando este tipo de grasa es una adaptación bien conocida en Homo sapiens, y con una gran relevancia a lo largo de la evolución humana, ya que no la compartimos con otros primates. Esta peculiaridad ha permitido a nuestros antepasados sobrellevar los momentos de escasez de recursos, facilitando la supervivencia de aquellos individuos capaces de acumular energía en forma de grasa, reproducirse y pasar esa característica a la siguiente generación. Además, se ha demostrado que las reservas de energía en forma de grasa ayudan también a soportar las demandas energéticas de los últimos meses de la gestación, así como el costoso período de la lactancia. Recuperar el ciclo menstrual tras el parto también depende de los niveles de grasa corporal, lo cual permite a los humanos reducir el espacio entre nacimientos y reproducirse a un ritmo mayor en comparación con otros grandes simios.
Todas estas características son imprescindibles para entender por qué nuestros embarazados llegan a buen puerto en condiciones ambientales, sociales y económicas tan diferentes, y nos ayudan a comprender el éxito reproductivo y el consiguiente desarrollo de las poblaciones humanas. Por lo tanto, profundizando cada día más en el funcionamiento actual de nuestra fisiología podemos plantear hipótesis cada vez más sólidas sobre qué aspectos han ido configurando la biología humana en el pasado, ayudándonos así a concebir un poco mejor la evolución de nuestro género.
Referencia:
Prado?Nóvoa, O., et al., 2020. Body composition helps: Differences in energy expenditure between pregnant and nonpregnant females. American Journal of Human Biology, e23518. DOI: https://doi.org/10.1002/ajhb.23518