Por Gloria Cuenca Bescós y Milagros Algaba Suárez (Julio 2015)
Con los años somos más conscientes del entusiasmo que anima el trabajo del equipo del río. No solo estudiantes y especialistas de todas las edades y procedencias colaboran en el lavado de los sedimentos de los yacimientos de Atapuerca para recuperar la microfauna fósil. También se cuenta, desde hace ya años, con la ayuda de la Fundación Aspanias y de los vecinos de Ibeas de Juarros.
Es habitual que las visitas que se reciben cada año en “el laboratorio del Arlanzón” comenten “pero qué paciencia”. Cuando sería mejor decir “qué pasión”, “qué entusiasmo por conocer la vida de los pequeños animales que vivieron en Atapuerca”. Quizá desde fuera solo se vea a estudiosos buscando huesos pero, aunque esto es lo que hace el equipo de microfauna, en realidad lo que se busca son los animales que vivieron en el pasado, para saber cómo vivieron y cómo eran sus paisajes.
La extinción y aparición de nuevas especies es una forma muy eficaz de medir el tiempo. Los animales pequeños (mamíferos, anfibios, reptiles, aves, peces) evolucionan muy rápidamente de tal forma que son especialmente útiles para saber la edad de las unidades estratigráficas en las que aparecen.
Por otra parte, estos pequeños animales están adaptados a ambientes muy concretos, como por ejemplo el castor y los anfibios al agua, los lirones al bosque, los topillos a los prados, o los hámsters a las estepas. Por lo tanto nos ayudan a detectar ciertas variaciones climáticas y ambientales que ha sufrido la Tierra a lo largo de su historia, en este caso en la sierra de Atapuerca en el último millón y medio de años.