La arqueología ha sido, y es, una actividad que precisa de “pocos” medios para ser desarrolla por un equipo reducido de personas en un yacimiento. Es lo que podríamos llamar una “logística personal”. Un coche particular, cuatro herramientas, lápiz y papel –pequeños utensilios que se pueden conseguir en cualquier ferretería– conforman las necesidades generales para el desarrollo de la actividad arqueológica.
Cuando en un yacimiento, o en un conjunto arqueológico formado por varios yacimientos, se produce un salto en los objetivos arqueológicos (tiempo de intervención, aumento del grupo de arqueólogos, etc.) las necesidades multiplican los aspectos logísticos y la logística personal se convierte en “logística compleja”.
En ella confluyen instituciones, centros docentes y científicos, actores sociales (hoteles, restaurantes, residencias...) para asegurar las estructuras necesarias a la correcta ejecución y desarrollo del plan de trabajo. En los yacimientos arqueopaleontológicos de la sierra de Atapuerca, ese salto hacia una organización compleja de la campaña de excavaciones sucedió en el año 2000. El Equipo de Investigación de Atapuerca (EIA) venía de una organización autosostenida en la que el voluntariado tuvo un importante papel. A medida que se incrementó el volumen de actividad, el nombre de personas y las necesidades relacionadas (estancia, materiales de trabajo, energía, transporte….), se organizó un equipo de logística, dirigido por un codirector y un coordinador miembro del EIA. La Fundación Atapuerca aportó recursos a través de las empresas colaboradoras de campaña y también a través de personal (concretamente, mediante dos contratos). En los yacimientos, se implementó la figura del coordinador de grupo, cuya función era, en términos de organización, centralizar las necesidades para racionalizar las acciones y eliminar el factor “pancho villa” (dispersión, duplicidad, descoordinación, pérdida de eficiencia y recursos…).
En la actualidad, el sistema de logística y gestión (L&G), que organiza el desarrollo de la campaña de excavaciones, es un entramado de recursos que implican al territorio (facilidades en abastecimiento de materiales e infraestructuras) y a instituciones en las que está presente el EIA. Especial mención al respecto merecen la Universidad de Burgos y la Fundación Atapuerca, que, sobre el terreno, asumen las tareas de gestión económica y soporte social y empresarial. Estar “cosido” al territorio ha sido una parte importante del éxito en la organización de las excavaciones. Así se ha podido convertir lo excepcional en propio para generar empatía.
Antoni Canals, José María Bermúdez de Castro y Fortunato Lázaro