Corría el verano de 1995 cuando el equipo que trabajaba en el sondeo del yacimiento de la cueva de la Gran Dolina obtuvo un maxilar casi totalmente cubierto por los sedimentos endurecidos del nivel TD6. Apenas podíamos ver las coronas de los premolares y molares. Un año más tarde, cuando los sedimentos pudieron ser retirados tras una paciente labor de restauración, nos llevamos una sorpresa increíble. Se trataba de la parte media de la cara de un chico o una chica de unos diez años de edad, cuya morfología apenas difería de la nuestra. Los fósiles de TD6 tienen una antigüedad de algo más de 800.000 años, por lo que nos encontrábamos ante la cara media moderna más antigua recuperada hasta ese momento. Ese hallazgo fue definitivo para que nuestro equipo tomara la decisión de enviar un manuscrito a la revista Science, proponiendo la definición y el nombre de una nueva especie del género Homo. La mezcla —mosaico, en términos científicos—de caracteres primitivos y de una cara prácticamente idéntica a la de Homo sapiens era una novedad. Nunca antes se había encontrado algo similar. Así nació Homo antecessor, la especie exploradora, pionera del continente europeo. En los años que siguieron se realizaron varios estudios por colegas ajenos a nuestro equipo —alguno en colaboración con nosotros— encaminados a poner a prueba la consistencia de nuestras apreciaciones. Todos ellos pasaron la verificación con nota.
Sin embargo, algún colega propuso que la cara moderna habría surgido en diferentes momentos de la evolución de la humanidad y en distintos lugares de África y Eurasia. Por el contrario, nuestro equipo sugiere que la cara moderna apareció hace mucho tiempo, en el Pleistoceno inferior, y que Homo antecessor presenta, por el momento, la evidencia más antigua de ese hecho evolutivo. Mientras, las caras de ciertos homínidos posteriores, como los neandertales, derivaron hacia morfologías de la cara muy particulares. Este debate solo se puede resolver con el hallazgo de nuevos fósiles, que aporten evidencias consistentes. La empresa no es sencilla, porque los huesos de la cara son muy frágiles y suelen deteriorarse con facilidad antes del momento del enterramiento.
Las bromas y los chascarrillos son muy habituales durante la época de excavación. Así pasamos días de gran intensidad, con mucho trabajo, cambios bruscos de temperatura entre la mañana y las primeras horas de la tarde y una buena dosis de camaradería. Durante la presente campaña —2022— bromeé con nuestra compañera Rosa Huguet sobre los fósiles humanos que podrían obtenerse en el nivel TE7 del yacimiento de la Sima del Elefante. Ese nivel puede tener cerca de 1.400.000 años, y ya se habían encontrado evidencias consistentes de la presencia humana en ese tiempo y en ese lugar. Tres herramientas y marcas de descarnado en la costilla de un herbívoro eran datos muy sólidos como para aseverar que los primeros europeos pisaron la sierra de Atapuerca hace más de un millón de años, cuando el paisaje era muy diferente al que podemos ver en la actualidad. Los restos de vertebrados, y en particular los de diferentes especies de aves, tortugas y de hipopótamo, demuestran que el paisaje estaba dominado por grandes lagunas y un clima algo más cálido que el actual. Entre risas, Rosa me pidió un deseo para esta campaña: ¿por qué no una mandíbula? —le dije. Ella subió la apuesta y me comentó que encontrarían un maxilar. Puedo asegurar que la cuadrícula K29, donde ha aparecido el fósil ATE7-1, aún permanecía sin excavar; así que tengo alguna sospecha sobre la intuición o la capacidad de videncia de Rosa. Pero vamos a dejarlo en una feliz casualidad.
Lo cierto, es que un par de días más tarde de aquella conversación, una llamada telefónica de Rosa me advirtió del hallazgo de un trozo de maxilar de aspecto "sospechoso". Podía tratarse de un primate del género Macaca o de un homínido. Pero las dudas se disiparon enseguida: el resto era de un ser humano del Pleistoceno inferior. Nuestro compañero Edgar Téllez siguió encontrando más trozos del maxilar en la cuadrícula que ese año le habían asignado Rosa y Xosé Pedro Rodríguez —también coordinador de la Sima del Elefante—hasta completar la mitad de una cara media.
La cara de un homínido de hace casi 1,4 millones de años es una de las evidencias que necesitamos para saber más sobre la evolución de la cara moderna. Faltan muchos meses para se complete el estudio de ATE7-1, que precisará de técnicas digitales complejas, así como de un exhaustivo estudio de anatomía comparada. Las primeras observaciones "a ojo" ya nos dicen que este maxilar difiere de los que se han obtenido en la especie Homo ergaster de África y en los especímenes de Homo erectus del sudeste de Asia. Lo que pueda averiguarse este próximo año puede ser crucial para resolver el enigma del semblante que tuvieron los primeros europeos y, quién sabe, del origen de algo tan especial como la cara de la que nos sentimos tan orgullosos los humanos actuales.