En la conferencia que impartí en la Residencia Gil de Siloé el pasado 23 de julio me propuse revisar el estado de la cuestión respecto a la evolución del lenguaje. No desde la perspectiva tradicional en la paleontología, que estudia adaptaciones anatómicas relacionadas con el lenguaje, sino desde el punto de vista de la neurociencia cognitiva, que aúna el estudio del cerebro con el de la cognición humana.
Al intentar esclarecer la evolución de un rasgo, lo primero que tenemos que hacer es definirlo claramente. Sin embargo, el lenguaje es difícil de definir de una manera satisfactoria para todo el mundo. Podemos decir que hay un acuerdo respecto a qué componentes o niveles participan en eso que llamamos lenguaje humano, pero no respecto a cuál o cuáles de esos componentes es más importante que los otros. Dichos componentes son tres: el fonológico, el sintáctico y el semántico. El primero se refiere a la articulación oral (auditiva) del lenguaje. Aquí se incluye la pronunciación, el acento, la fonética, la entonación, etc., y la evolución de las capacidades en esta característica del lenguaje es lo que más se ha estudiado desde el ámbito paleontológico. Sin embargo, que este componente puede no ser crucial para el lenguaje humano lo demuestra el hecho de que existen lenguajes, como los de signos utilizados por los sordos, que son plenamente equiparables en su capacidad comunicativa y expresiva al lenguaje auditivo-verbal. La disyuntiva estaría, por tanto, entre los componentes sintáctico y semántico del lenguaje. Cómo pudo ser la evolución del lenguaje dependería por tanto de cuál de estos dos componentes es o ha sido más decisivo para el lenguaje.
Curiosamente, los partidarios de que la sintaxis es el verdadero motor de nuestro lenguaje piensan, al menos en su gran mayoría, que este componente nos llegó de golpe, y no hace mucho, cuando nuestra propia especie llevaba ya unos cuantos miles de años pisando el planeta. Por sintaxis se entienden las normas o reglas de combinación de palabras (o elementos con significado), que determinan qué oración está bien construida y cuál no. Todos los hablantes de un idioma conocen estas reglas de manera implícita, de manera que reconocemos en seguida que la oración “casa su a se fue” no está bien (de hecho, suena fatal), mientras que ocurre lo contrario en “se fue a su casa”. Una -y sólo una- macromutación habría bastado para que apareciera el lenguaje humano tal como lo conocemos hoy, gracias a que surge esta sintaxis que nos permite combinar palabras de manera ilimitada, casi infinita. Esto es algo a lo que parece que no pueden aspirar otros seres, como se comprueba en los grandes simios, que sin embargo sí son capaces de aprender palabras. La evolución del lenguaje se limitaría, por tanto, a la de la sintaxis y sería muy simple; incluso siendo estrictos no podemos hablar de evolución.
Sin embargo, como demuestra cada día más la evidencia neurocientífica, puede que la sintaxis no sea tan crucial para el lenguaje. Incluso puede que ésta no sea sino un derivado del componente semántico. Lo semántico se refiere al significado del lenguaje, a “lo que queremos decir”, tanto si es una palabra suelta (ej., barco) como si es una oración sometida a las reglas de la sintaxis (ej., este es el barco de mi hermano). Lo importante del componente semántico del lenguaje humano es que normalmente va ligado a un sonido (el sonido barco, que en otros idiomas puede ser diferente -ej., boat en inglés-), pero no al significado, que es el mismo. En otros lenguajes humanos, como el de signos, lo que se une al significado es un movimiento manual, pero el significado sigue siendo el mismo. A esto es a lo que se llama símbolo, a la unión entre un sonido -o cualquier otro formato, ej. manual- y un significado. Este podría ser el motor del lenguaje, el componente verdaderamente fundamental de este rasgo humano.
El hecho de que un ser humano tenga un “diccionario mental” (un vocabulario) de unas 40.000 palabras, mientras que los chimpancés a lo más que han llegado es a tener unos cientos, nos pone sobre aviso de que aquí hay un rasgo, una capacidad, que ha sido sometido a presión selectiva. Piensan los defensores del símbolo como origen del lenguaje humano que todo empezó mucho antes de la aparición de nuestra especie, con la capacidad de construir y manejar símbolos mucho más flexibles que los que pueden manejar los grandes simios. A partir de ahí, el número de símbolos habría ido creciendo, a la par que se iría desarrollando un sistema fonador que nos permitiera articular esos símbolos de una manera cada vez más clara, rápida y eficaz. Con el devenir del tiempo, muchos de esos símbolos denotarían relaciones abstractas entre los elementos (las palabras) del lenguaje, como por, qué, para, a, hacia, … y tantas otras que son, de hecho, la sustancia de la sintaxis. El orden de las palabras en una oración vendría determinado más por hábitos propios de los hablantes de un idioma que por reglas específicamente lingüísticas; como se aprende a tocar un instrumento o a montar en bicicleta.
Un desarrollo del sistema semántico, por tanto, es lo que parece más probable como origen del lenguaje humano tal como lo conocemos hoy día. Habrá que investigar, por tanto, cuáles son los mecanismos que permiten que nuestra especie tenga esa capacidad para aprender decenas de miles de símbolos, con una facilidad y una flexibilidad de la que no es capaz ninguna otra especie actual. Cómo pudo ser esta capacidad en otros homínidos sería por tanto la clave para entender la evolución de este rasgo distintivo de nuestra especie y que tanto ha contribuido a cambiar el aspecto de nuestro planeta.
Manuel Martín-Loeches
Sección de Neurociencia Cognitiva. Centro Mixto UCM-ISCIII de Evolución y Comportamiento Humano.
Resumen de la conferencia impartida por el investigador Manuel Martín-Loeches el pasado 23 julio en el auditorio de la Residencia Gil de Siloé de Burgos, en el marco del ciclo de conferencias “Atapuerca, novedades en la evolución”, organizado por la Dirección General del Instituto de la Juventud de Castilla y León, en colaboración con la Fundación Atapuerca. Este ciclo se realizó, por segundo año consecutivo, coincidiendo con la presencia del Equipo de Investigación de Atapuerca en la ciudad de Burgos, con ocasión de la campaña de excavaciones de los yacimientos de la sierra de Atapuerca.