Los volcanes crean y contribuyen al crecimiento de la capa más externa de la Tierra (la corteza terrestre) normalmente de forma violenta. Lo que se necesita para llegar a dicho crecimiento de la corteza es, muy a menudo, trágico, doloroso y va más allá de la comprensión humana. Un reflejo de ello es la erupción del volcán Cumbre Vieja, en “la isla bonita” de La Palma (Islas Canarias, España), evento que duró 85 días, el proceso eruptivo más largo desde que se disponen registros históricos, con una producción de unos 200 millones de metros cúbicos de lava y más de 10 millones de metros cúbicos de tefra (material expulsado a través de la columna eruptiva tras una erupción volcánica). En 1712 la erupción duró 56 días y en 1949 tardó 37 en finalizar. Todo ello revela que La Palma es la isla volcánica más activa del archipiélago canario.
Más allá de la tragedia e impacto socio-económico que representa dicho fenómeno natural, hay que admitir que los volcanes son fenómenos naturales fascinantes, aunque peligrosos. Y sin duda alguna necesitamos entender cómo funcionan a fin de estar mejor preparados para las próximas erupciones volcánicas, como la que hemos presenciando en La Palma, con los consiguientes problemas económicos y socioculturales para un gran número de personas.
Aparte de la mejora en nuestra comprensión del fenómeno volcánico en sí, la generación del material por antonomasia, la lava, nos abre una oportunidad única para entender qué y cómo registran dichos materiales ciertas propiedades terrestres en el momento de su formación, como es el propio campo magnético terrestre. Con dicha inquietud científica tuvimos la ocasión de visitar, a los 50 días de su erupción, el Cumbre Vieja, en colaboración con el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Y es que una de las bases y premisas del paleomagnetismo es precisamente que los materiales rocosos adquieren y retienen el magnetismo terrestre ambiental en el momento de su formación. Sin embargo, sabemos que dicho registro, o señal paleomagnética, puede ser a menudo, imperfecta. Es decir, que la magnitud del campo magnético y su orientación tal como se determinan en las rocas, pueden ser menos fehacientes de lo que pensamos. Para establecer la fiabilidad de las mediciones paleomagnéticas sería altamente necesario caracterizar dicha señal en materiales que se forman bajo condiciones conocidas, en tiempo, orientación y magnitud del campo geomagnético. Estas condiciones se cumplían de forma excepcional en los materiales volcánicos generados por el volcán de Cumbre Vieja: la generación de nuevas rocas de las cuales se conoce las condiciones de emplazamiento, de un lado, y la posibilidad de medir, también a tiempo real, la magnitud y orientación del campo geomagnético. En colaboración con la Universidad de Burgos (UBU) y el Instituto de Productos Naturales y Agrobiología (CSIC, La Laguna), el Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH) lidera el primer estudio publicado sobre las propiedades magnéticas de lava y cenizas producidas en la erupción del Cumbre Vieja hace menos de un año (https://www.mdpi.com/2076-3263/12/7/271). Ambas instituciones, CENIEH y UBU, han colaborado estrechamente para obtener la composición magnética de dichos materiales, paso indispensable para establecer que formaciones serán adecuadas para realizar un estudio en más profundidad sobre el registro del campo geomagnético en las lavas. Para ello, el tándem de los laboratorios de paleomagnetismo CENIEH-UBU, ha realizado estudios de coercitividad basados en un magnetómetro de vibración, así como curvas termomagnéticas, entre otros, que en conjunto revelan las características de la titanomagnetita presente en dichos materiales. Dado los resultados de dicho estudio preliminar, está prevista una campaña de campo para una toma de muestras en puntos seleccionados en el volcán Cumbre Vieja un auténtico laboratorio natural para profundizar en esta propiedad única de la Tierra que es su campo magnético.