En 1995 se publicó en la revista Science el hallazgo de los primeros fósiles humanos en el nivel TD6 del yacimiento de la cueva de Gran Dolina.
La publicación tuvo un gran eco, puesto que se había llevado hacia atrás en más de 200.000 años la primera colonización del continente europeo. Eudald Carbonell y quién escribe estas líneas fuimos invitados por nuestros colegas holandeses y alemanes a exponer los hallazgos en varias conferencias, que se celebraron en Leiden, Heidelberg y Tübingen. En ese viaje nos dimos cuenta del interés suscitado por todos los hallazgos realizados en la sierra de Atapuerca. Escuchamos los deseos de nuestros colegas europeos en participar en el proyecto, aportando dinero y especialistas en el equipo investigador. Pero aún no estábamos preparados para eso. Teníamos que seguir formando un equipo español, antes de renunciar al protagonismo de la ciencia española en el éxito de Atapuerca.
Gran Dolina: una mina de fósiles
Ese mismo año, las excavaciones del sondeo en Gran Dolina siguieron dando resultados espectaculares. Entre otros fósiles humanos, apareció el maxilar de un individuo inmaduro. Apenas se veían sus dientes, mientras que la mayor parte del hueso estaba escondido dentro de la arcilla endurecida por el agua carbonatada. La limpieza de este resto llevó más de dos meses al equipo de restauradoras del Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid. Cuando terminó su trabajo tuvimos ante nosotros la mitad de la cara de un hominino, cuya morfología resultó inesperada. En lugar de una cara de aspecto primitivo, en consonancia con su antigüedad y con la morfología de los dientes hallados en TD6, sus caracteres eran prácticamente idénticos a los de Homo sapiens.
Aunque aún llegarían más restos de TD6 durante los primeros años del siglo XXI, los hallazgos de 1994 y 1995 resultaron sorprendentes y definitivos para la historia de un hecho singular que acababa de comenzar. La combinación de caracteres muy arcaicos y caracteres modernos, junto a la antigüedad de los fósiles reclamaba algún tipo de acción. Propuse con insistencia a mis compañeros la necesidad de crear y publicar una nueva especie del género Homo. Juan Luis Arsuaga expuso la idea de que aquellos fósiles podían representar al ancestro común de los neandertales y de la humanidad moderna, un espacio que estaba ya cubierto por la especie Homo heidelbergensis. Pero la morfología de los humanos de TD6 era más convincente.
Con toda esta información en la cabeza, Eudald Carbonell y quién escribe estas líneas asistimos en septiembre de 1996 al congreso de la UISPP (Union Internationale des Sciences Préhistoriques et Protohistoriques)”Unión Internacional de Ciencias Prehistoricas y Protohistoricas”, que ese año se celebró en la ciudad italiana de Forlí. Durante el congreso, hablamos largo y tendido sobre la idea de publicar una nueva especie del género Homo. Estaba convencido de que podríamos hacerlo. Los dos bromeamos sobre el posible nombre que podíamos dar a la especie, pero no llegamos a ninguna conclusión definitiva.
Pienso que aquella semana de debate con Eudald me dio energía para comenzar enseguida a escribir un artículo para la revista Science. Pero antes de eso, consulté un viejo diccionario de latín.
Los nombres de las especies se escriben en esta lengua, caducada para su uso habitual, pero necesaria en taxonomía. Enseguida encontré el nombre “antecessor”, y su traducción: explorador, pionero. Durante la conquista del imperio de Roma, los generales enviaban por delante de las tropas a grupos de reconocimiento formados por los antecessor. Me gustó. Encajaba bien con la idea de los humanos de TD6, verdaderos pioneros en la colonización de Europa.
El nombre cayó muy bien en el equipo que trabajábamos en la elaboración del artículo, que en poco tiempo estaba ya en la bandeja de salida del ordenador. El artículo fue enviado a los revisores. Habíamos pasado el primer filtro, que no superan más del 5% de los manuscritos enviados a esta revista. Dos meses más tarde, recibí un correo de la revista. Hecho un manojo de nervios y con el corazón a mil por hora, tardé unos segundos en leer lo más importante: el artículo había sido aceptado. Tan solo había que realizar algunas reformas en la organización del trabajo.
El 30 de mayo de 1997 todos juntos celebramos la publicación de la diagnosis de una nueva especie del género Homo, con la asistencia del editor de Science en España a la multitudinaria rueda de prensa. Aquella publicación fue decisiva en la concesión del Premio Príncipe de Asturias otorgado ese mismo año al Equipo Investigador de Atapuerca.
José María Bermúdez de Castro