Milagros Algaba, miembro del Equipo de Investigación de Atapuerca y especialista en divulgación científica, ha coordinado los contenidos de exposiciones en el Museo de la Evolución Humana.
Aprender y contar son actividades maravillosas que, prácticamente, gustan a todos. El mundo, la vida, están llenos de historias fascinantes y las exposiciones son un vehículo perfecto para contarlas porque se pueden utilizar toda suerte de formas de expresión: textos, imágenes o piezas. Cada exposición es una aventura, una expedición, porque a lo largo del camino del tema principal van surgiendo otros a los que resulta imposible no asomarse. Así que, al plantearlas, hay que conseguir hacer una ruta, no dejar al espectador perdido en un laberinto. De tal forma que cada exposición acaba siendo también una pequeña ventana a muchas cuestiones que se esbozan, pero no se pueden terminar. Es el mejor de los caminos: inacabable.
Para poner una historia en el espacio hacen falta muchas cabezas, y muy importantes son las que se ocupan del diseño. No es fácil plasmar en tres dimensiones un discurso; acomodar las piezas sin que se molesten unas a otras; jerarquizar la información; dar dinamismo al espacio sin que resulte confuso; ordenar sin rigidez. Afortunadamente se ha podido contar con profesionales como Elisa Sanz, Marta San Martín, Elena Franco, Susana Cid... Y, fundamental, una gráfica mal producida no funciona. Gracias, Gonzalo Escaño. Por descontado, son imprescindibles las personas que día a día trabajan en el Museo de la Evolución Humana (MEH).
Las historias contadas en el MEH son muy variadas. Por supuesto, se empezó por Darwin con la muestra “Darwin a través de sus libros” (2012). Desde entonces ha habido muchas. Algunas se podrían agrupar bajo el título de “Gentes y lugares” como: “Uantoks. Las expediciones de Pedro Saura a las Tierras Altas de Papúa-Nueva Guinea” (2013) con una magnífica selección de fotografías y piezas. “Ecos. Paisajes sonoros de la evolución humana” (2014), un viaje diacrónico por los ecosistemas, sin piezas y sin imágenes en una sala oscura; solo con los sonidos recogidos por Carlos de Hita. Un gran reto. “Txalupak & carretas” (2015), un viaje hasta Terranova en uno de los primeros balleneros, el que Xabier Agote se propuso reconstruir con los mismos materiales y herramientas que el original; y la participación de Burgos en esta empresa. Con “Montañas. Entre el cielo y la tierra” (2017) mostramos cómo la ascensión a las montañas permitió llegar entender la geodinámica del planeta; la medición del meridiano; las expediciones botánicas españolas del siglo XVIII; insectos recogidos y estudiados por científicos con vidas de novela; rollos de pintura china desde el siglo XII hasta el XX; óleos del Museo del Prado; los fantásticos dibujos geomorfológicos de Martínez de Pisón; y la conquista de las grandes cumbres. “Mvet Ya Aba’a. Objetos de fuerza y poder del golfo de Guinea” (2018-2019), un viaje fascinante por el mundo de la muerte de la etnia fang de la mano de Odome. “Aida. El Egipto soñado” (2020) nos asomó a la apertura del Canal de Suez, al nacimiento de la egiptología y a la egiptomanía y al proyecto Djehuty de José Manuel Galán. “Lo que permanece. Antonio Bañuelos” (2017) fue un viaje arquetípico, en el que las esculturas eran “interpretadas” como restos arqueológicos.
Otro epígrafe podría ser el de momentos dulces en la historia de la ciencia, como la Ilustración con “Cuerpos en cera. El arte de la anatomía a la luz de la razón” (2014), en la que se explicaron las singularidades humanas a través de modelos anatómicos del siglo XVIII, y se recreó una sala de disección. La revolución científica con “El amigo de Vermeer. El ojo y la lente” (2017) ¡con un microscopio de Leuwenhoek original! O el origen de la neurociencia con “Las misteriosas mariposas del alma. D. Santiago Ramón y Cajal” (2020 -2021).
Y, evidentemente, las dedicadas a distintos aspectos de la Paleontología y la evolución humana: “Discurso para la academia. Retratos de Isabel Muñoz” (2018- 2019), sobre grandes simios y el origen de la consciencia. “El mono asesino” (2019) con australopitecos, 1968 y el monolito de 2001, para abordar un tema apasionante: violencia o cooperación y ¿qué nos hizo humanos? “Cambio de imagen. Una nueva visión de los neandertales” (2014), sobre el adorno y, por tanto, la mente simbólica en los neandertales. “Se fueron con el viento. La sexta extinción” (2015), con los magníficos murales de Sergio de la Rosa. “La sima de los osos” (2015) con el cráneo de Ursus deningeri de la Sima de los Huesos (sierra de Atapuerca) y una escultura de Sonia Cabello. “El cráneo número 4” (2016) presentó un neurocráneo completo de la Sima de los Huesos y planteó el panorama del poblamiento humano en el Pleistoceno medio. “Leones en la nieve” (2018), el esqueleto más completo de un león de las cavernas.
Actualmente se puede disfrutar de la exposición “Tenerse en pie. La postura bípeda en la evolución humana” en la que se muestra el origen y modificaciones del patrón anatómico y una impresionante colección de fósiles humanos de los yacimientos de la sierra de Atapuerca.
Lo dicho, muchas historias y muy variadas, porque lo que Juan Luis Arsuaga, director científico del Museo de Evolución Humana, sostiene que la razón de ser de este Museo es acercar a la ciudadanía todo aquello que tiene que ver con el ser humano.