A sus 96 años recién cumplidos, nos ha dejado Emiliano Aguirre. Se ha ido su persona, ya alejada durante varios años de la vida pública debido a su avanzada edad. Pero los que tuvimos la fortuna de conocerlo y trabajar con él seremos por un tiempo guardianes de su memoria. Sus escritos y sus ideas, plasmados en muchos documentos, forman ya parte de la historia de la ciencia española. Emiliano Aguirre perteneció a una generación, que no lo tuvo sencillo. En un siglo tan convulso como el que nos ha precedido, tan solo unos pocos tuvieron la fuerza de voluntad, el tesón y la inteligencia para instruirse en disciplinas diversas y alcanzar la categoría de maestro de maestros. Su formación en ciencias naturales, filosofía, geología, paleontología y teología se conjugaron en una mente brillante y privilegiada como pocas. Pero Emiliano, no alardeaba de sus conocimientos ni marcaba distancias con quienes le rodeábamos. Más bien al contrario, siempre quiso ser uno más en los equipos científicos que dirigió. Los que formamos parte del primer equipo investigador de Atapuerca, a principios de la década de 1980, nos acercamos a él con mucho respeto porque conocíamos sus méritos. No en vano, Emiliano había ocupado las cátedras de Paleontología de Madrid y Zaragoza y era Profesor de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Pero Emiliano no se había instalado en ese pedestal de soberbia al que no pueden acceder el común de los mortales. Más bien al contrario, su formación religiosa le había enseñado que la cercanía a los demás era el modo de alcanzar el éxito en común. Recuerdo nuestro primer congreso internacional en Italia, allá por el año 1987. Emiliano estaba invitado a participar con todos los honores, mientras que los jóvenes que le acompañábamos acudimos para aprender. Nuestros recursos eran escasos y nuestras comidas consistían en bocadillos en algún parque de la ciudad de Turín. En más de una ocasión, Emiliano dejó a un lado los almuerzos oficiales para compartir con nosotros la precariedad de nuestra situación. En 1983 formé parte del grupo de excavación de los yacimientos de Atapuerca y por primera vez me acerqué a quien sería uno de mis mayores maestros. Conversamos a menudo, ya no solamente en aquella y otras campañas de excavación, sino durante algunos viajes por España y fuera de ella. Siempre era un placer escuchar sus buenos consejos y disfrutar de su conocimiento. Las generaciones futuras conocerán su legado científico, que guardaremos como un tesoro.