Pasión por Atapuerca


Por Juan Ángel Gozalo Antón - Periodista

Los yacimientos de la sierra de Atapuerca y todo ese sistema de plataformas y contenedores expositivos, culturales, de investigación, de estudio y de divulgación armado en torno a ellos han conseguido situar a Burgos en el mapa global de la evolución humana y de la ciencia, promocionado turísticamente la ciudad y a la provincia, creando riqueza y empleo… pero, lo más importante, a mi juicio, es que además han logrado apasionar a millones de personas, ajenas a la árida paleontología y arqueología, en esa aventura apasionante de descubrir nuestros más remotos orígenes y disfrutar con la inmersión en la prehistoria.

Primero fue el gran Emiliano Aguirre, el viejo profesor cercano y amable, y después Eudald Carbonell, Juan Luis Arsuaga y José María Bermúdez de Castro, sus más dinámicos y corajudos discípulos y hoy codirectores, los que han conseguido con sus campañas ?cuarenta y tres suman ya con la de este año? y, sobre todo, comunicando y divulgando con eficacia y sencillez, catalizar el interés no solo de los científicos de medio mundo, de los medios de comunicación sino también del gran público, desentrañando y contextualizando los recónditos secretos que aún esconden cuevas, abrigos, portalones y miradores de este gruyère geológico serrano y también ese bello entorno.

Mantener el foco del gran público, como se está consiguiendo, sobre unas excavaciones arqueológicas en un país en el que la ciencia no levanta precisamente pasiones ?más proclive al unamuniano “que inventen otros”? ha sido todo un logro y los resultados están ahí, como un sueño hecho realidad. Desde el faro de la sierra de Atapuerca se ha arrojado nueva luz a la evolución humana y obligado a sesudos investigadores de este país y de todo el orbe a replantearse muchas teorías sobre los orígenes de la especie humana ?sería prolijo enumerar los importantísimos hallazgos, descubrimientos, logros y estudios…? y su irrupción en el viejo continente. Se ha abierto un enriquecedor y revelador debate en la comunidad científica, pero también se ha conseguido anillar en torno a esta cultura de la evolución y de esa preciosa y subterránea catedral de Burgos en plena Sierra un proyecto de ciudad y de provincia ilusionante, que se está desarrollado con éxito y todo gracias a los tres codirectores que concitaron tras de sí a esa iniciativa público-privada que ha dado magníficos frutos.

La Fundación Atapuerca ?aún me acuerdo cuándo y cómo se gestó y de cuya propuesta, por cierto, fui humilde mensajero? resultó, sin duda, fundamental en ese logro. Sumó ese empuje y decisión al esfuerzo que ya venían de distintas instituciones, entidades, empresas, universidades…, que se incrementó exponencialmente.

El camino hasta aquí no ha sido fácil, más bien tortuoso. Bien lo saben los tres tenores de Atapuerca. Tuvieron que luchar ?como su maestro? no solo contra la escasez de infraestructuras, ayudas oficiales y medios. Esas primeras palmaditas en la espalda y promesas vinieron bastante vacías. También debieron lidiar con la incomprensión y, muchas veces, la indiferencia. En Burgos, Ibeas de Juarros y Atapuerca se vivió demasiado tiempo de espaldas a los yacimientos y a ese empeño de un puñado de investigadores por desenterrar ese caudal de conocimiento que atesora la montaña dejó al descubierto la rocosa dolina que dejó al aire libre la trinchera del ferrocarril minero y esa intrincada sima que es Cueva Mayor.

Tuvo que pasar tiempo ?demasiado? para que se dieran y nos diéramos cuenta, también los medios de comunicación, que en esa Sierra, a orillas del Arlanzón, estaba el eslabón perdido y la cuna de los primeros europeos. Inexorablemente regresan a mi memoria esos años de las ruedas de prensa tasadas al final de campaña, esos días en los que ?a falta de móviles, internet y redes sociales? había que perseguir a pie de trinchera o de cueva? o esperar a que algunos de los investigadores fueran a comer o cenar al “cuartel general” del restaurante Los Claveles? en busca de primicias, noticias y, de paso, sortear algunos apagones informativos impuestos por políticos con despacho en Valladolid cuando se sabía de esos hallazgos estrella. Más allá de esos noticiones, con eco en la prensa nacional, también en el día a día costaba vender, quizás por la rica y constante sucesión, esos descubrimientos que cada día iban sumando restos y piezas a ese puzle, aún inconcluso. También regresan a mi memoria esa destartalada casa en Ibeas de Juarros y el arcón de madera escondido bajo la cama en el que los codirectores guardaban algunos de los hallazgos a buen recaudo hasta que acabara la campaña. Esas cajoneras de tosca madera se han convertido hoy en acristalados baúles del conocimiento como el Muse o de la Evolución Humana (MEH) o el Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH), las joyas de la corona del Sistema de Atapuerca junto con los yacimientos, en los que se atesoran las esencias de nuestros orígenes más remotos. La fe mueve montañas y la de los tres codirectores no solo movieron los estratos de la sierra juarreña sino también espolearon voluntades, conciencias y acabaron con no pocas modorras e inacciones institucionales.

La carencia de medios, sin duda, fue un hándicap durante demasiados años. Ni en sueños se podía entonces adivinar que se contaría con un museo y centros expositivos y de estudio, con una Fundación ?cómo envidiaban los codirectores las que daban respaldo a sus colegas más internacionales?, además de facilitar medios, suministros, infraestructuras y equipamientos.

No hay mal que cien años dure. Llegaron los años de las exitosas campañas de los años noventa, con descubrimientos clave, de reconocimientos nacionales e internacionales, premios y patrimonios de la Humanidad, pero también esos pequeños pero afectivos homenajes. Fue un orgullo para mí entregar en 1997 a José María Bermúdez, Eudald Carbonell y Juan Luis Arsuaga esa Vocera en la primera gala de los Premios Martinillos de Oro, con motivo del 105 aniversario de Diario de Burgos, en el Teatro Principal. No era ese merecido Príncipe de Asturias ?que recibirían después?, pero fue todo un honor.

Esa suma y sigue de éxitos y logros científicos, descubrimientos, estudios, congresos, publicaciones, libros, etc., continúa hasta el día de hoy, pero no hay que dormirse en los laureles. Hay que seguir avanzando en esa socialización, que tanto le gusta mentar a Carbonell. Los yacimientos de la sierra de Atapuerca se han demostrado como una colosal e infinita catapulta científica. Son un referente internacional consolidado, pero debe reforzarse ese perfil de lanzadera social y económica. Hay que seguir trabajando y tirando del carro para lograr que este complejo, que atestigua poblamientos de millones de años, sea también esa potente herramienta contra el despoblamiento del medio rural. Esa colaboración público-privada, que ha impulsado el proyecto y que está manteniendo incólume esa pasión por Atapuerca, tiene aún mucho recorrido.

Se puede y lo más importante, se debe abordar nuevas iniciativas y proyectos para conseguir que los yacimientos y su entorno sumen esas claves del pasado a las de un futuro en el territorio, en la comarca. A la sombra de los yacimientos de Atapuerca en el entorno han crecido ya algunas iniciativas de turismo interesantes ?ahí está, sin ir más lejos, el safari paleolítico de Salgüero de Juarros en el que admirar esa fauna “paleolítica”?, y se han creado otros negocios y crecido los que había, pero en este ámbito aún queda mucha trinchera por excavar.

No son estos del coronavirus los mejores tiempos para emprender, pero tampoco lo fueron algunos del pasado y se hizo. Todo es posible, incluso ese sugerente parque temático que está por construir y que cada vez me parece una idea menos peregrina, sobre todo porque además se cuenta con el vecino Camino de Santiago, que es también patrimonio de la Humanidad. Con menos cimientos, solidez y argumentario científico e histórico, en otras provincias y en otros países se han desarrollado parques y complejos de ocio, aventura, diversión, arte y cultura… que son visitados cada año por miles de personas. A buen seguro que un atractivo así aumentaría exponencialmente esa pasión que sigue despertando la sierra de Atapuerca y la inmersión en la cuna de la evolución humana europea. Nadie soñó en esos primigenios años que unos yacimientos arqueológicos iban a posibilitar la creación de un museo como el MEH, centros de interpretación como el CAREX, un centro de investigación y estudio puntero como el CENIEH, cátedras universitarias… o mismamente, una dinámica Fundación, pero ahí están. Cavar en el pasado es importante, pero no menos pensar en el futuro. En la sierra de Atapuerca hay mucho aún que descubrir y también mucho por lo que soñar y trabajar para mantener esa pasión además de conseguir que se convierta en un nuevo y dinamizador polo de desarrollo para Burgos.