Colócate aquí y mira hacia esa llanura del valle del río Arlanzón. Experimenta lo que debieron de sentir los pobladores de este lugar viendo acercarse, entre una nube de polvo, el primer rebaño que habían contemplado en su vida. En esencia, vigilaban sin saberlo la génesis de una nueva forma de subsistencia. Tras cientos de miles de años interactuando con la Sierra y sus recursos como cazadores-recolectores, su mundo iba a iniciar un itinerario sin retorno. Aquella polvareda envolvía el Neolítico, el vuelco hacia un estilo de vida que abriría la puerta al sedentarismo de la mano de la agricultura y la ganadería. Tuvo que ser un espectáculo observar esa caravana de gente y animales a pie, aproximándose al progreso y, de alguna manera, a la globalización. Únicamente en un lugar que condensa más de un millón de años de evolución humana se puede llegar a flaquear, subestimando hallazgos que acopian «solo» referencias de los últimos 7.000 o 10.000 años. Ahora bien, desde el punto de vista de un amateur como yo, que además se dedica a cocinar, aquellas gentes, muy probablemente oriundas de Anatolia, introducían una velocidad adicional a la ruta del desarrollo de esta historia, permitiéndome además empezar este artículo «in medias res», que dicho de otro modo sería saltándome toda esa primera parte más conocida, por excepcional, de Atapuerca.
Los pastores neolíticos y de la Edad de Bronce estabulaban ganado, planificaban su ciclo reproductivo y reiteraban unas prácticas que se han seguido repitiendo secularmente hasta hace pocas décadas en muchos lugares. Preparaban los suelos, levantaban muretes de piedra y transformaban los utensilios cotidianos para adaptarlos a las labores agrícolas. Los testimonios atestiguan que, con el tiempo, aparece la cerámica, aumenta la población, avanzan los asentamientos y se desencadena una cascada de sucesos que enlazan con los propiamente históricos ligados a los pueblos celtíberos y la romanización. Los poblados dan paso a ciudades, se instaura la propiedad, la división de poderes; se desarrollan la escritura, las civilizaciones y las rutas comerciales, y con mucha posterioridad aparecen el primer libro impreso de cocina, la olla exprés, las latas de conservas, las vitaminas, el refrigerador, la pasteurización y las cadenas de comida rápida, en un mundo cada vez más acelerado; también el café instantáneo, los microondas domésticos, la liofilización, la cocina al vacío, los Tetra Pak y las bifidobacterias, entre miles y millones de desarrollos y situaciones en todos los campos y actividades humanas.
Las sociedades vigentes somos herederas de aquella revolución envuelta en una nube de polvo, que unos milenios después nos condujeron al registro con sistemas informáticos de las coordenadas XYZ y los datos topográficos de las cerca de trescientas mil piezas y fósiles que aparecen anualmente en las excavaciones de Atapuerca. Al análisis de muestras de genoma para constatar la procedencia de aquellos asentamientos neolíticos de hace más de 8.000 años. Al estudio de fragmentos del ADN mitocondrial extraído de sedimentos en la Galería de las Estatuas, que ha permitido identificar distintos linajes de neandertales de hace 100.000 años. A la aplicación de tecnologías como la Tomografía Axial Computerizada (TAC), junto a un software especializado que permite la reconstrucción tridimensional virtual de buena parte de los fósiles. Al examen tafonómico-forense de los cráneos y mandíbulas, que posibilita saber más de los procesos ocurridos antes, en el momento próximo y tras la muerte de esa veintena de individuos encontrados en la Sima de los Huesos. A la datación por carbono-14 y utilización de técnicas de microscopía electrónica y análisis antropológico del esqueleto infantil localizado en el Portalón de Cueva Mayor, que han revelado el caso mejor documentado de raquitismo y escorbuto en la Prehistoria. Al estudio realizado sobre la porosidad de las paredes de más de cien muestras cerámicas procedentes del mismo yacimiento, que han establecido qué tipo de alimentos contuvieron y ha permitido conocer que hace 4.000 años los humanos adultos adquirieron la capacidad de digerir la leche más allá de su infancia. Sin duda alguna, también datar la cara parcial del ser humano más antiguo de Europa, aparecida en la Sima del Elefante, cuya antigüedad se estima en torno a 1,4 millones de años.
En definitiva, el Neolítico fue un punto de inflexión, antesala del progreso en todos los campos de la ciencia que tientan en la evolución la esencia de una especie que ha sido capaz de progresar y desenvolverse; de comunicarse y cooperar; de sentir empatía y animadversión, logrando así desarrollar la sensibilidad artística y el pensamiento simbólico únicos. Los yacimientos de Atapuerca son un ingente depósito de testimonios y advertencias sobre nuestros orígenes y naturaleza, pero sobre todo son una llave para predecir y corregir nuestro futuro.