Hay quien dice que de una boda sale otra boda, como de cada viaje surge otro viaje. El pasado otoño, ocho amigos recorrimos los templos del Antiguo Egipto y visitamos las naves y galerías de algunos de sus monumentos funerarios, mientras muy cerca – en el Valle de los Reyes – brigadas de trabajadores con turbantes y chilabas excavaban en las colinas cercanas. En las montañas o tapados por las dunas, se calcula que todavía se esconden auténticos tesoros: una riqueza tan grande como la que ya ha salido a la superficie.
Pues bien, en aquellos escenarios de polvo y arena – donde se refleja cómo era la vida y las costumbres de nuestros antepasados – surgió la propuesta de viajar a la prehistoria, sin salir de la península ibérica. Lo teníamos fácil. Nuestro amigo Alberto Velasco, burgalés entusiasta y apasionado embajador de Atapuerca, hasta el punto de enfundarse la camiseta de la Fundación en Egipto y de pasearla por los templos y pirámides egipcias, se ofrecía encantado para organizarlo. Es más, a la vista de cómo le explicaba al guía egipcio la importancia de los yacimientos en el conocimiento de la vida de los primeros pobladores del planeta, estoy convencido de que Mohamed acabará visitando la sierra de Atapuerca, si algún día viene a España.
Pero dejemos a un lado los entrañables recuerdos de la camiseta azul de Atapuerca, que Alberto lucía con orgullo entre tumbas reales y columnas pobladas de jeroglíficos, y pasemos a la descripción de la realidad más inmediata. El sábado 3 de junio de 2023 fue el día elegido para contemplar in situ los yacimientos de Atapuerca. El día señalado para adentrarnos por la impresionante Trinchera del Ferrocarril. Los mismos amigos que habíamos viajado a Egipto, salimos a primera hora de la mañana de Madrid con destino Burgos. El sueño de Atapuerca estaba ya más cerca. A punto de hacerse realidad, de la mano de nuestro querido amigo Alberto y de un guía excepcional llamado David Canales.
Nuestra única preocupación, al dejar atrás Ibeas de Juarros y vislumbrar en el horizonte las grandes nubes blancas que estaban formándose por la Sierra de la Demanda, era que acabaran cumpliéndose las previsiones de tormenta a primera hora de la tarde. “Serán cuatro gotas”, comentó alguien del grupo, mientras nos acercábamos a los yacimientos, después de haber visto en una gran maqueta instalada en el CAYAC (Centro de Acceso al Yacimiento) el escenario donde se han encontrado los restos humanos más antiguos de Europa Occidental (1,3 millones de años).
A la entrada de la Trinchera del Ferrocarril, me percaté de que las nubes de la Sierra de la Demanda se estaban aproximando. “Tranquilos – decía David, con su casco amarillo, una camiseta verde con la inscripción de monitor arqueológico y un pantalón corto de verano – que aquí las tormentas llegan siempre a partir de las dos de la tarde, cuando ya habremos acabado”. Pues, nada, tranquilidad y la mayor atención a sus palabras para no perder detalle. Sus amenas explicaciones, sus comentarios y su sentido del humor, también invitaban a escucharle.
Pasamos por la Sima del Elefante, rellenada hace un millón de años, seguimos por la Galería-Covacha de los Zarpazos, uno de los primeros lugares que se excavaron, y acabamos en la Gran Dolina, frente a uno de los más importantes tesoros que alberga la Trinchera del Ferrocarril.
“Parece que el cielo se pone cada vez más oscuro”, comentó alguien a mi lado, mientras David seguía mostrándonos huesos y hachas de piedra, así como una réplica del cráneo y la mandíbula de Miguelón, un Homo heidelbergensis, al que se le puso ese nombre como homenaje al ciclista Miguel Indurain que acababa de ganar su segundo Tour de Francia, coincidiendo con el hallazgo. Mientras indicaba las diferencias entre la cabeza de Miguelón y la de un desconocido Homo sapiens, cayeron las primeras a gotas de lluvia. “Cuatro gotas”. Sí, sí, cuatro gotas, que se en apenas unos minutos se transformaron en chaparrón, hasta caer lo que no está escrito. La del pulpo. Menos mal que teníamos detrás de nosotros la cavidad de unas rocas, desde las que vimos correr el agua durante quince o veinte minutos. Mientras tanto, David continuaba, impertérrito, explicando con todo lujo de detalles las costumbres y la forma de vida de nuestros más remotos antepasados. Como si allí no pasara nada y con una profesionalidad a prueba de tormentas primaverales.
El agua corría por la Trinchera del Ferrocarril, convirtiendo el desfiladero en un improvisado arroyo, mientras se repetían los pronósticos, en plan Roberto Brasero. Pero, como de todos es sabido, siempre que llueve escampa, y la tormenta le puso color y emoción a una visita inolvidable. El chaparrón no logró deslucir en absoluto una cita obligada para el conocimiento de nuestro pasado.
Cuando ya dejó de llover y el sol volvió a aparecer entre las sierras de Atapuerca y la Demanda, me imaginé las peripecias que debieron pasar el bueno de Miguelón y los demás pobladores que habitaron estas tierras hace millones de años. Y sin paraguas.
De los pobladores que dejaron su huella en esta comarca burgalesa - primeros homínidos que sobrevivieron a grandes cambios climáticos, superando las condiciones más adversas – no sabríamos nada, de no haber sido por el trabajo y la tenacidad de los paleontólogos y científicos que se han dedicado en cuerpo y alma a recuperar este pasado, desde Emiliano Aguirre, que fue el primero, hasta José Bermúdez de Castro, pasando por Eudald Carbonell y Juan Luis Arsuaga.
Su esfuerzo ha sido y sigue siendo encomiable. Digno de admiración. Han logrado, con la colaboración de muchas otras personas, poner en el mapa mundial la sierra de Atapuerca, hoy Patrimonio de la Humanidad y referencia obligada para quienes quieran saber cómo vivían nuestros ancestros hace cinco mil millones de años.
Javier del Castillo
Exdirector de Comunicación de Onda Cero y de Relaciones Institucionales en RTVE. Comenzó su trayectoria en el Diario Ya, fue fundador del Suplemento Semanal (ahora XLSemanal), reportero del semanario Época y redactor jefe de Tribuna de Actualidad. Actualmente, colabora en el periódico The Objective.