Siempre he pensado que el epitafio ideal para un arqueólogo o para un paleontólogo, y también para un geólogo, es el clásico de las estelas romanas, aquel sit tibi terra levis. Que la tierra te sea ligera. Pero el día final de esta campaña de excavaciones me acerqué al Museo de Burgos para hacer entrega de materiales y me di de bruces con una estela funeraria que está en el patio, cerca de la entrada. Viene del pueblo de Hontoria de la Cantera, lugar de procedencia de la piedra caliza de la catedral de Burgos, donde sigue desafiando el tiempo, tan bella como siempre, ocho siglos después. La estela está dedicada a un habitante del siglo I: Te rogo praeteriens dicas sit terra levis/ Terentio Candido Aravi/ e annorum LX/ Hic situs est. En castellano: “Te ruego que digas: que la tierra te sea leve/ Terencio Cándido Aravio/ de 60 años/ aquí yace”. La cartela del museo nos informa de que para los romanos nadie fallece definitivamente hasta que es olvidado por todos. Así, Terencio Cándido Aravio, el burgalés de hace dos mil años, no está muerto porque yo lo estoy recordado en este momento, como lo recordaban los que pasaban junto a su lápida funeraria.
Somos muchos los que recordamos a Yves Coppens y a Gema Adán porque los hemos conocido y querido. Yves Coppens fue un extraordinario paleontólogo que realizó descubrimientos inolvidables en suelo africano. Por citar el más conocido, Coppens fue uno de los tres directores del equipo internacional que descubrió a Lucy, la australopiteca etíope. Pero también fue un pensador y formuló una teoría sobre el origen de la Humanidad conocida como la “East side story”, que relaciona clima, tectónica y evolución. Una idea muy moderna que todavía sigue dando frutos. Hasta que la publicó Coppens muchos explicaban la evolución humana como si se tratara de un drama con un solo personaje, en el que el clima y la geografía solo eran el decorado. Desde que propuso Coppens su teoría, sea cierta en su totalidad o solo en parte, sabemos que para entender la evolución de cualquier grupo animal, incluido el nuestro, hay que investigar el medio y sus cambios. Y hubo grandes cambios en África oriental en el tiempo en el que Lucy se paseaba por la fosa tectónica que es el triángulo de los Afar. Así que el nombre de Coppens es recitado y recordado cada vez que un profesor explica en clase la evolución humana.
Coppens era además un hombre cordial y generoso, gran conversador y formidable orador. Daba las conferencias sin leer nada y sin proyectar imágenes. Las imágenes se creaban en las cabezas de los asistentes con la magia de sus palabras. Personalmente le estoy muy agradecido por haber escrito el prólogo de la traducción al francés de mi libro Vida, la gran historia. Quería mucho al proyecto de Atapuerca y recibió el reconocimiento del equipo en una ocasión memorable junto a los yacimientos. Quince días antes de su muerte me escribió para decirme que quería volver este verano. Y aunque no lo pudiera hacer físicamente, ha estado con nosotros durante la excavación.
Gema Adán era una mujer maravillosa a la que todos queríamos y cuya muerte nos ha dejado desolados. En el tanatorio descubrimos que muchos de los que allí estábamos nos habíamos conocido a través de ella, que nuestra amistad se la debíamos a ella, y que ese era su legado. Científicamente se especializó en industria en hueso y en asta, las famosas azagayas de Gema. Tuve la suerte de codirigir con ella y con Miguel Arbizu las excavaciones de la cueva del Conde, en Santo Adriano de Tuñón, en la que se hicieron descubrimientos muy importantes, como dientes neandertales y muchos grabados figurativos rupestres. También coincidimos en las excavaciones de Valdegoba y de Atapuerca.
Pero Gema era una arqueóloga de amplio espectro, y todavía recuerdo cuando nos llevó a ver un santuario del culto a Mitra que había descubierto en Colunga.
Gema excavó el monasterio de San Pablo, el solar del complejo de la evolución humana. Para mí, esa es su estela.