Atapuerca, ADN antiguo y la domesticación del caballo en Iberia


Jaime Lira Garrido

Centro Mixto UCM-ISCIII de Evolución y Comportamiento Humanos.

 

La domesticación está considerada como uno de los grandes hitos en la historia de la humanidad. Las sociedades humanas que basaron su economía en animales domésticos y desarrollo agrícola experimentaron un cambio radical, que fue acompañado de alteraciones en la biodiversidad a escala global. El origen de la domesticación es un área de la investigación que ha recibido en los últimos años atención especial y creciente actividad científica desde varias disciplinas: paleontología, arqueología, antropología, ciencias ambientales, botánica, zoología y genética.

Según el censo actual de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), existen unas 50.000 especies de aves y de mamíferos conocidas, de las que solamente se han domesticado 50. Sorprendentemente, de las 148 especies de herbívoros y omnívoros con un peso igual o superior a 45 kg susceptibles de ser domesticadas, solamente 14 han pasado con éxito el filtro de la selección artificial. Aún con este número tan reducido de animales domésticos, el desarrollo de las sociedades humanas se ha sustentado en seis especies principales: perros, vacas, cabras, ovejas, cerdos y caballos.

El caballo fue el último de este conjunto en domesticarse y ha sido uno de los principales catalizadores del progreso económico y social. A lo largo de la historia reciente de la humanidad, el caballo se ha empleado en una amplia variedad de ámbitos: se utilizó y todavía hoy se explota como fuente de alimento, influyó de manera decisiva en el desarrollo de las comunicaciones, ha sido el símbolo religioso de algunas sociedades, ha estado estrechamente vinculado a rituales funerarios, ha sido y todavía es considerado un animal de prestigio y, hasta el siglo XX, jugó un papel crucial en los campos de batalla.

Los primeros caballos domésticos aparecieron en las estepas euroasiáticas. En el yacimiento de Botai (Kazajistán) hay evidencias de caballos domésticos hacia el 3500 a.C. En cambio, la información sobre la aparición de los primeros caballos domésticos en Europa es menos clara. Se ha planteado la posibilidad de que los caballos domésticos llegaran a Europa procedentes del Este. Pero también se ha propuesto que la domesticación del caballo hubiese sido un proceso mucho más complejo donde, además del foco primario de domesticación de las estepas euroasiáticas, hubiera otros escenarios geográficos localizados en Europa central y occidental con eventos de domesticación independientes. A la luz de esta perspectiva, la península ibérica se ha señalado como un foco de domesticación de caballos y, durante muchos años, se han intentado encontrar evidencias de esta domesticación independiente, analizando los restos faunísticos aparecidos en diversos yacimientos ibéricos.

En la búsqueda del origen de los animales domésticos, los restos óseos ofrecen mucha información. Para varias especies, hay marcadores morfológicos que permiten diferenciar claramente entre animales salvajes y domésticos. Sin embargo, en relación a los estudios sobre la domesticación del caballo, no hay marcadores morfológicos claros que se puedan usar para diferenciar caballos domésticos de caballos salvajes. Ante esta dificultad, las alternativas han consistido en estudiar indicios de domesticación a partir de evidencias indirectas.

Se ha sugerido que los caballos domésticos aparecieron en Iberia en algún momento comprendido entre el Neolítico final, el Calcolítico y la Edad del Bronce y, además, algunas investigaciones han propuesto que los caballos domésticos se originaron a partir de poblaciones de caballos salvajes ibéricos.

Esta hipótesis se ha contrastado con análisis genéticos, sobre todo estudiando el ADN mitocondrial. Su trasmisión de generación en generación exclusivamente por vía materna, ha convertido a esta molécula en uno de los marcadores más usados en estudios poblacionales, y se ha aplicado extensamente sobre poblaciones de caballos actuales de una gran variedad de razas ibéricas y no ibéricas. En el año 2002 se publicó en la revista PNAS uno de los estudios más completos sobre la diversidad mitocondrial de los caballos domésticos, donde se señala que este animal presenta una elevada diversidad genética. Se identificaron hasta 17 haplogrupos y, además, se identificó un haplogrupo constituido mayoritariamente por caballos ibéricos, americanos y del norte de África. Se propuso que el origen de este haplogrupo (denominado haplogrupo D1) fue la península ibérica o el norte de África. En estudios posteriores publicados en 2005 en las revistas Animal Genetics y Journal of Heredity, se analizaron caballos ibéricos de razas concretas (principalmente pura sangre lusitano y pura raza española) que corroboraron estas conclusiones.

Con el objetivo de confirmar si la península ibérica fue un foco de domesticación independiente para el caballo, miembros del Equipo de Investigación de Atapuerca en colaboración con investigadores de otros centros, realizamos un estudio genético con restos de caballos recuperados en el yacimiento de El Portalón de la sierra de Atapuerca, con cronologías de la Edad del Bronce y de la Edad Media. A este conjunto se sumaron restos de caballos salvajes de época neolítica del yacimiento de Cova Fosca, en Castellón.

De ser cierto que el haplogrupo D1 se originó y domesticó en la península ibérica, lo esperado hubiera sido encontrar a los individuos salvajes neolíticos de Cova Fosca en este haplogrupo D1. A su vez, deberían compartir haplogrupo con los caballos de la Edad del Bronce de El Portalón que, probablemente, estaban en proceso de domesticación. Y, para finalizar, el caballo medieval de El Portalón también debería compartir este haplogrupo con el resto de sus antepasados. Los resultados de los análisis de ADN antiguo mostraron un patrón totalmente diferente. Comparamos estas muestras antiguas ibéricas con más de 1.000 secuencias de ADN de caballos de diferentes razas y procedencias geográficas, y los resultados se publicaron en la revista Molecular Ecology en 2010.

Solamente la muestra medieval apareció asociada al haplogrupo D1. El resto de muestras neolíticas y de la Edad del Bronce se distribuyeron en otros haplogrupos y, mayoritariamente en uno que pasó desapercibido en el estudio a gran escala del año 2002. Este haplogrupo se identificó en 2005 a partir de muy pocos caballos modernos de raza lusitana y se denominó “haplogrupo C de los caballos lusitanos”. En nuestro estudio pudimos observar que muchos caballos prehistóricos ibéricos pertenecieron a este haplogrupo. Además, comprobamos que este grupo genético, tanto en la actualidad como en la antigüedad, estaba constituido exclusivamente por caballos ibéricos y de origen ibérico (lusitanos, criollos argentinos y paso fino de Puerto Rico).

La conclusión es evidente: aunque el haplogrupo D1 es el principal entre los caballos ibéricos actuales, no es el más antiguo. En la actualidad su antigüedad en la península ibérica la marca una muestra medieval de El Portalón de Atapuerca. El no haberlo encontrado en muestras más antiguas no implica su ausencia; pudo originarse en la península ibérica o migrar a Iberia procedente del norte de África. Sin embargo, el que es un linaje exclusivamente ibérico sin ninguna duda es el haplogrupo C de los caballos lusitanos. Su presencia en caballos salvajes neolíticos, en caballos de la Edad del Bronce que posiblemente ya se estaban domesticando y en caballos domésticos actuales, indica que los miembros de este haplogrupo pasaron en Iberia, y solo en Iberia, por el filtro de la domesticación. Al tener únicamente la información mitocondrial y no la nuclear, podemos afirmar que en la península ibérica al menos las yeguas salvajes contribuyeron a la formación de las poblaciones domésticas. Además, debido a las características del ADN antiguo, hemos podido observar la dinámica poblacional por la que ha pasado este linaje milenario: otrora muy representado en suelo ibérico, en la actualidad lo conservan muy pocos ejemplares.

Resumen de la conferencia impartida por el investigador Jaime Lira en Burgos el pasado 21 de julio en el auditorio de la Residencia Gil de Siloé, en el marco del ciclo de conferencias “Atapuerca, novedades en la evolución”, organizado por la Dirección General del Instituto de la Juventud de Castilla y León en colaboración con la Fundación Atapuerca. Este ciclo se realizó, por segundo año consecutivo, coincidiendo con la presencia del Equipo de Investigación de Atapuerca en la ciudad de Burgos, con ocasión de la campaña de excavaciones en los yacimientos de la sierra de Atapuerca.